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Elijo la primera. Todo periodista ha debido pasar por un momento de pausa para preguntarse si lo que estaba haciendo valía la pena como para seguir luchando o si era mejor renunciar para buscar un camino más lucrativo. Los menos afectados lo hacen con un sueldo garantizado, pero sin que ello represente su realización profesional. Lo que hacen no es ni de lejos lo que soñaron. No solo porque el dinero falta, que de eso el periodista ha tenido siempre conciencia, sino porque también las motivaciones se han ido. Los que perdieron su trabajo hacen ese alto obligados por las circunstancias económicas, pero también porque ya no quedan ánimos ni emociones para seguir haciendo aquello de lo que no está convencido. Se ha vaciado su espíritu de reportero. Se han quedado sin gasolina para seguir adelante. Han tirado la toalla con el rostro desfigurado después de librar y perder una batalla que los ha dejado sin aliento.
Me voy o me quedo. Tan sencillo como echar una moneda al aire para que decida por nosotros. Pero al final decidir qué haremos con parte del resto de nuestras vidas es demasiado relevante como para echarlo a la suerte. Algunos han decidido que lo suyo no va más. Que ya le dieron todo al periodismo y que el periodismo no les ha dado lo que correspondía. Muchos no están en paz con el periodismo. No se ha dado ni un final feliz, ni un final cordial…