Smile like a pig
Una dona vuela hacia un cerdo. El cerdo mira hacia el frente cuando percibe el impacto por detrás. Es como si le hubieran dado una patadita en el culo. No entiende por qué, pero su rabo hace de antena, se pone rígido. Emite ondas que causan desconcierto en una pareja de granjeros amanerados que señalan hacia él con delicadeza. El cerdo se da cuenta del loop en su cola. Las ondas se repiten dos y tres veces en cuestión de segundos hasta que su cola se endereza como flecha. Pero la rosquilla sigue ahí, descansando en su culo, unida a él por el chocolate derretido que funciona de pegamento. Al cerdo se le saltan los ojos por la sorpresa. No alcanza a definir si le impacta más sentir que un objeto volador no identificado aterrizara en su rabo o ver que de él se emiten medios círculos apuntando en dirección a un niño de cara gorda y cuerpo de flaco que ya antes lo había molestado. Los homosexuales a estas alturas ya dejaron de reír. Ahora uno se lleva la mano al mentón mientras hace expresión de curiosidad. Jura haber visto que los ojos del cerdo saltaban y volvían a su lugar. Como si fueran elásticos, o salidos del mundo de Bugs Bunny. Cuando voltea para preguntarle al otro si ha visto lo mismo, éste echa a correr en dirección al niño de cara gorda con cuerpo de flaco que ha alcannzado a ver de reojo. El gordo que también es flaco adopta una posición equivalente a la de los perros cuando encogen su cuerpo y perfilan las patas para activar el modo cacería. Está por comenzar una carrera de tres pistas. O de cuatro si se incluye al que se ha quedado pasmado en la reflexión.
El homosexual analítico cae en la cuenta. Le duele aceptarlo. Siempre ha detestado que el homosexual atlético le lleve ventaja. Que la fuerza bruta le gane a la inteligencia lo excita, pero también lo deprime. Piensa entonces que a veces los actos instintivos son más efectivos que los que se ponen freno de mano hasta que el cerebro activa la bandera verde. Tiene uno o dos segundos para meditarlo, no más. El homosexual A1, el atlético, se puso en acción sin plan de por medio. Vio al gordo que es flaco y reaccionó instintivamente. Supo que un obeso, aún con cuerpo de flaco, haría lo que fuera por comer una dona de chocolate, aunque estuviera pegada al culo de un cerdo. Las conclusiones del A1 fueron cuestión de imagen. Actuó a partir del estereotipo del gordo que arrasa con todo, aunque tenga cuerpo de flaco. El A2, el analítico, maldice por estar en desventaja para ser el héroe. Siempre ha querido ser menos cerebral, pero su inteligencia le exige prudencia. Tanto que se da tiempo para pensar en lo irónico que resulta que las mayores debilidades de todo hombre sean cuestión de carne. La de mujer, o la de hombre dependiendo las preferencias, para los flacos y la de los animales para los gordos.
Aunque le pega en el orgullo, A2 reconoce que A1 está haciendo lo correcto. Acepta que A1 le ha tomado ventaja en la lucha por salvar a Pinky, su cerdo y único amigo en esa granja desierta que para ellos significó el paraíso. A2 lo sabe porque mientras el cerdo corre, su cola se redirige en dirección al gordo con cara de flaco. Si el gordo que es flaco, al que alguna vez recuerda haber escuchado nombrar como Finny, se pone justo detrás, la cola de Pinky se mantiene rígida en línea recta. Pero si Finny, o como quiera que se llamara ese obeso de mejillas tan brillantes como el cuerpo del cerdo, se acercaba por un costado, el rabo del puerco se doblaba de modos inverosímiles para seguir apuntando a él. La dona sigue firme en el culo de Finny. El gordo babea como gordo y corre como flaco. Peligroso enemigo piensa A2, mientras ve que a A1, pese a esas piernas marcadas que tantas veces lo han estrujado hasta hacerlo sentir víctima de una posesión, sufre para alcanzar a esa contradicción de pies ágiles y cachetes de bull dog.
A1 corre lo más rápido que puede. Se lamenta porque no le hace falta verse para entender que está perdiendo el estilo. Aún a las carreras, siempre cuida su porte. Pero en ésta, con la vida de Pinky en riesgo por un maldito gordo con piernas de velocista y con A2 viéndolo con ese presuntuoso estilo del que observa en calma aún en la emergencia, entiende que no puede fallar. Que Pinky es su única pertenencia, que de no tenerlo, A2 podría dejar ese paraíso que A1 había conseguido para vivir su mutuo amor.
Finny está cada vez más cerca de Pinky. De no ser por una pequeña piedra que lo hizo tropezar, ya hubiera alcanzado al cerdo. A2 acepta que otra vez será espectador. Odia su falta de protagonismo, pero odiaría más que no existiera prueba de lo que A1, su hombre, era capaz de hacer por un cerdo. Mete la mano derecha a su bolsillo, saca su iPhone, de las pocas pertenencias que le quedan después de haberse quedado sin nada por el destierro al que lo sometió su papá desde que descubrió que era homosexual, y empieza a grabar. Lo hace a tiempo. Porque aún no pasan cinco segundos cuando Pinky salta como puede. El gordo estira la mano y, según A2, logra incluso tocar la cola del cerdo. Alcanza a ver la desesperación en la cara Finny al caer de bruces. Pinky, en cambio, ha seguido saltando apoyado por cajas de Krispy Kreme que le han servido como soporte. A2 no entiende qué está pasando. De dónde salieron esas cajas. Eran cinco, una otras otra hacia arriba y hacia delante, como una serie de bloques secretos descubierta por Mario Bros. Pinky sigue elevándose. Nunca antes había estado a una altura semejante. Finny se levanta justo tres segundos antes de que A1 le dé alcance. Salta hacia la primera caja de Krispy Kreme. Le toma por sorpresa que resista. Si con el cerdo no había sufrido daños, ahora sale un chisguete de chocolate de las donas que ha aplastado. Piensa en ponerse a lamer la caja, o en abrir la que sigue y olvidar la que está anidada en el culo del cerdo. Pero no. Quiere esa, las ondas del rabo lo atraen. De algún modo sabe que una dona de chocolate en el rabo de un puerco sabe mejor que las donas de siempre. Y en esas anda cuando salta hacia la cuarta caja. Está a una del puerco. Pero algo pasa. Alcanza a darse cuenta un segundo antes de aterrizar, o de pretender aterrizar. La caja desaparece. Sólo la de él. A1 lo ve parado en la segunda caja. Pinky alcanza a percibirlo montado en la quinta.
A2 siente que el piso tiembla. Sus ojos, enfocados en la pantalla del celular, dan cuenta del gordo que es flaco que está por caer. Sus pies, en cambio, anticipan lo que está por ocurrir. O más bien, que algo está por ocurrir. Un segundo después, el pasto por donde caerá el gordo empieza a hundirse. La tierra se abre y en cuestión de segundos se tiñe de café. Se percibe un impregnante aroma a chocolate. Finny va hacia esa mancha café. En pleno descenso nota que la tierra cambia de color. Que donde había pasto ahora hay lodo, o tierra seca. No puede decirlo con precisión. Pero al caer se da cuenta. Es chocolate. Un chocolate que se ha amoldado a su figura. Porque su cuerpo queda sumergido, como si estuviera en arenas movedizas, pero su cara de gordo no cabe por ese hueco. Le da risa su situación. Le provoca alegría estar entre chocolate. Su primer instinto es estirar la lengua para probar el chocolate. No lo consigue. Está atrapado. Y en esas anda cuando Pinky salta de regreso hacia la cuarta caja que ya no existe y aterriza en línea recta, con la cola apuntando como flecha hacia el gordo que es flaco. Pinky no entiende qué pasa. Sólo sabe que va directo a la cara del gordo. Además, en pleno vuelo acaba colocado mirando hacia arriba, con el cuerpo erguido y la cola con la rosquilla yendo directo a la cara del gordo que es flaco. Finny patalea para liberarse del chocolate. No tiene la suficiente fuerza. Abre la boca pidiendo ayuda, pero A1, que a estas alturas ha quedado demasiado estupefacto como para moverse, no entiende qué hacer, A2 sigue grabando, y el cerdo continúa en caída libre. Pinky hace una cuenta regresiva. Uno, dos y el golpe directo. Siente cosquillas en el culo, incluso que alguien lo está mordiendo. Quiere moverse, pero está atorado con la cara de Finny. Cada esfuerzo que hace por liberarse es reprendido por una mordida. Segundos después, el cerdo alcanza a quitarse. La dona no está más. Su cola está algo herida. Pero él queda a salvo. A2 se ha acercado para grabar. A1 empuja a Pinky solo para encontrar a Finny muerto, asfixiado por el impacto del cerdo, pero con una cara de felicidad que nunca antes había visto. Finny tiene los labios marcados por el chocolate que acaba de comer. Se despide con una sonrisa eterna, apenas fastidiada por moronas de la dona que ha deglutido. Pinky atiende sus prioridades. Lame el suelo de chocolate.
A2 acaba la grabación con un close up a la sonrisa de Finny. Ya que obtiene el material necesario, le pide a A2 que lo hunda con una pala hasta que queda oculto por el chocolate. El hueco en la parte alta lo rellenan con chocolate sobrante de los costados. Pasan los días y nadie pregunta por Finny. El chocolate desaparece para hacerse pasto. Excavan y no está más el cuerpo de Finny. Problema resuelto. Se le ocurre una idea. Trabaja un logotipo basado en la cara de Finny con la boca marcada por el chocolate de su última dona. Le pone nariz y oreja de puerco. Diseña el logo de CPP (Chocolate Pulled Pork) y decide su slogan: Smile like a pig.
A2 y A1 viven ahora en Nueva York. Pinky los acompaña. Dejaron la granja para huir de la muerte de Finny. No se mudaron de inmediato, esperaron unos días para no levantar sospechas. Pero hubiera dado igual, nadie preguntó por Finny. En esos días, el video se hizo viral. A2 lo manejó como el promocional de lanzamiento de CPP. En unas horas alcanzó 5 millones 200 mil videoviews. Lo presentaba tal cual. Sólo añadió el logo de CPP y rubricaba con Smile Like a Pig. Su padre, con el que no hablaba desde que lo había encontrado en la cama aferrado los músculos de A1, vio el video por recomendación de un amigo y se sintió orgulloso de su hijo. Le llamó para decirle que contara con su apoyo. Que pese a sus preferencias sexuales, él siempre había confiado en la inteligencia de su hijo. Que no necesitaba probar el Chocolate Pulled Pork, porque la franquicia había nacido grande por su ingenio creativo. A2, a ojos de su padre, era el publicista que Estados Unidos necesitaba. Y si su deseo era abrir un restaurante que existió en la mente de la gente antes que en la realidad, entonces así sería. Ah, pero eso sí, no quería ver a A1 en la cena de Thanskgiving.
La apertura del CPP fue un éxito. Pinky se convirtió en una estrella. Tomarse fotos con él era de los máximos atractivos del lugar. El platillo especial era una hamburguesa de Chocolate Pulled Pork. El pan de la hamburguesa eran en realidad un par de donas de chocolate acompañados por el pulled pork que también contenía chocolate. Las donas las proveía Krispy Kreme, que había quedado impactado con el anuncio. Además, CPP fue Trending Topic gracias al reto de sonreír como un cerdo, en el que la gente debía dibujarse una sonrisa de chocolate, hacer cara de cerdo y subirla a Twitter. Estaban en negociaciones para hacer el filtro con Snapchat. A1, con esos músculos que tanto gustaban a A2, también era un imán entre homosexuales y mujeres. En la zona de niños, les vendaban los ojos para que tuvieran que poner la dona en el culo del cerdo. La versión remasterizada de ponerle la cola al burro. El CPP cumplió su misión desde el día 1. Hizo que todos sonrieran como cerdos. Incluido Finny, donde quiera que estuviera. Que el chocolate lo tenga en su gloria.
Nota del autor:
Me deslindo de cualquier tipo de critica que pueda recibir este texto. Kingsman y Neo Yokio provocaron que quisiera escribir non sense. En algún momento pensé en no publicarlo, pero me he dado cuenta que la libertad también se manifiesta en la estupidez. Y a mí, de vez en cuando, me gusta hacer estupideces.
Contador: 32 de 32. Doy gracias a los hechos, a las series, a las experiencias y a los cerdos, tanto humanos como animales, por permitirme llegar hasta aquí. Mis letras son la vía, ellos la inspiración.