Snapchat hace la división que todos necesitamos

Mauricio Cabrera
5 min readDec 4, 2017

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Que sea apenas el comienzo. La necesidad estaba ahí. Como una urgencia evidente que las plataformas no habían querido resolver. Pero ahora Snapchat lo lee bien. Apunta a la primera de muchas diferenciaciones necesarias para que cada quien entienda su lugar. Sin falsos títulos ni pretensiones excesivas. Con la gente siendo lo que es. Con los medios en una zona protegida. Y con los influencers y celebridades como pendiente.

Hace tiempo que el concepto me pasaba por la cabeza. Lo visualicé más en Instagram que en Snapchat. No exactamente así, pero parecido. Comentaba con amigos que urgía separar por intereses en Instagram. Que los buenos cuerpos tuvieran su lugar en el feed de los hombres que multitudinariamente lo hemos adoptado como una pasarela always on. Pero que también hubiera mecanismos evidentes para ocultar esa pornografía soft y concentrarse en lo profesional, en lo lúdico más allá de lo carnal, en lo intelectual, y en lo creativo. Que hubiera espacios libres de tentaciones. Que cumplieran con la misión esencial del hashtag, pero con más autoridad y estructura, como los boards en Pinterest. Muros para activar lo que se ve y lo que no se quiere ver. Espacios que contribuyeran a la productividad en cualquiera que fuera nuestro propósito, aún si fuera el de la excitación sexual.

Entiéndase que no es una campaña contra el seguimiento masivo de mujeres atractivas, incluso a ese nicho le conviene el orden. Porque cualquiera de nosotros ha llegado a sentir ansiedad cuando se cruza una reflexión periodística entre tetas y culos prominentes. El periodismo, el arte, el foodporn. Todo representa contaminación en un momento determinado. Pasa que en la vida digital cargamos lo mismo con lo necesario que con lo innecesario. Y entonces las chichis nos encuentran a primera hora de la mañana, los memes mientras vamos camino a un funeral y la comida mientras estamos en una junta en la que debiéramos estar concentrados. Su negocio es llenarnos de placeres. Conectarnos a nuestras pasiones. Aunque nuestra productividad se vaya al carajo.

Snapchat atiende lo que FB tiene pendiente. Es natural que ocurriera así. A Evan Spiegel le corre prisa por revivir su plataforma. Debía dar con una fórmula que le permitiera dejar contentos a todos. Y lo ha hecho con astucia. Al separar el contenido generado por medios de comunicación del de los amigos, pone sobre la mesa una dinámica de consumo de contenidos que de algún modo tendrá que ser planteado por el resto. La imagen de un festival de primaria no tendría por qué mezclarse con el breaking news que anuncia un nuevo ataque terrorista. El mensaje de dolor de alguien que ha perdido a su perro nunca debería ir seguido de un artículo para explicar por qué la reforma energética ha fracasado. Nosotros no tendríamos que ir repartiendo caras emocionadas, tristes y enojadas en segundos. Como si nuestro ánimo fuera tan mecánico como las frases de un muñeco de peluche a través del encendido y el apagado.

La prioridad de Spiegel es su negocio. Se sabe porque su repentino interés por entregar contenidos verificados, mejorar la experiencia del usuario y abrirse a otros mercados no se produjo sino hasta que Wall Street le exigió masificarse. Pero aún así termina abriendo áreas de oportunidad que representan una oportunidad de superar el entorno libertino al que nos hemos entregado. El caos en el feed de nuestras redes es una fiel representación de la niebla que cubre nuestro juicio. Hoy no sabemos si una noticia es real o no, desconocemos si el medio que dice serlo en realidad lo es, ignoramos si un contenido tiene propósitos comerciales, políticos o estrictamente editoriales. Permitimos que nuestros amigos crean y compartan información, siempre como si fuera real, como si su criterio fuera suficiente para dar por hecho que se están produciendo asaltos en una esquina específica de la colonia, como si una campaña de firmas digitales fuera a provocar el cambio que el vecindario necesita. Nuestros amigos como medios; nuestros medios como amigos… o como enemigos, según su posición editorial y nuestro estado de ánimo.

El sistema que propone Snapchat permitirá revalidar nuestras relaciones personales. Situaremos a nuestros amigos en un espacio para reír, sufrir y gozar con ellos. Como las amistades de siempre. Y también tendremos una ventana específica para consumir contenidos de los medios en que creemos. Sin tetas que nos distraigan salvo cuando lo queramos, sin filtros de perrito que acaben con nuestra concentración y sin amigos jugando a ser reporteros, al menos en esa ventana particular para medios de comunicación. ¿Se acabarán el ruido y el ocio? No, pero habrá algo más de orden. La gente podrá elegir qué quiere y en qué momento.

Facebook también ha esbozado el deseo de separar a los medios de los amigos. Pero su sistema lo esclaviza. Si Snapchat había fallado en atraer la atención de medios de comunicación, celebridades e influencers, FB se cansó de promover las relaciones personales para entregarse a la inversión de los medios de comunicación. Y para que esa maquinaría siga funcionando, y encareciéndose, debe seguir colocando el contenido pagado por donde quiera que el usuario pase. Si FB volviera a ser primordialmente un vínculo entre amigos, el alcance de los medios se vería tan golpeado que entonces sí que podría provocar la huida masiva de medios a plataformas como Snapchat, Apple News y las que vengan en el camino. Por más poderoso que sea, las dimensiones de Facebook y los millones en juego lo ponen en una situación de riesgo, una en que debe decidir el timing exacto para moverse sin caer. Por lo pronto, Snapchat ha lanzado los dados.

Con los medios y amigos en su lugar, queda como duda el rol de esa intersección llamada influencers. Ellos están en la posición más cómoda de todas. Carecen de la carga moral de los medios porque siempre pueden justificar sus acciones como un ejercicio realizado a partir de la voluntad personal. Carecen también del compromiso moral de los amigos, porque siempre pueden defenderse diciendo que lo que hacen y dicen no tiene como intención que otros lo repliquen, mucho menos personas con las que no tienen más vínculo que el de ser seguidos por ellas. El mismo influencer que publica en estado de ebriedad previo a un partido de la Selección tiene el apoyo de marcas, organizaciones y hasta de los medios para hacerse de una acreditación para la Copa del Mundo. No importa que actúe como aficionado, que sólo vaya a tuitear y a tomarse fotos para Instagram. Es influencer, puede hacer lo que quiera. Es un amigo sin serlo, aunque se comporte como tal. Es un medio sin serlo, aunque venda contenido. Es la más afortunada de las veletas.

¿Debe un medio ser tratado igual que una celebridad? Si un amigo y un medio no son lo mismo, ¿una celebridad es un amigo, un medio, un poco de los dos, o una categoría diferente? La sociedad necesita claridad. No como medida limitante, sino de orden. Aunque sea a través de un botón, de un algoritmo o de una sección. Aunque sean una o dos palabras las que distingan a uno de otro. Aunque sea así, con pasos mínimos, podremos pensar que este es apenas el comienzo de una etapa en que cada quien estará en su lugar. Los amigos, los medios y un día, quizás, los influencers.

Nota del Autor:

Así como deben diferenciarse las fuentes de información, las audiencias requieren ser comprendidas. Confieso que desde hace tiempo prefiero a los que me leen acá o en el Muffin que a la audiencia futbolera, que es la que más tengo. Ni bueno ni malo, simplemente la verdad.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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