Sé una startup
Es tan simple que parece un engaño. Me pasó cuando encontré un texto que explicaba la relación de los medios de comunicación con los usuarios a partir de las relaciones sentimentales. Incluso recuerdo que me sentí incómodo al darme cuenta que era la mejor analogía y que la había tenido tanto tiempo frente a mí que nunca me había parado a reparar en ello. Esa misma sensación experimenté cuando leí a Ryan Holiday haciendo un paralelismo entre los riesgos que tomamos en la vida y los que uno asume al momento de crear un proyecto. Es sabiduría pura con palabras elementales.
Una corporación piensa que lo sabe todo. Y cuando reconoce lo que ignora tarda demasiado en incorporar esos aprendizajes. Las personas conforme crecemos tendemos a asumir esa misma postura. Nos aferramos a lo que sabemos y nos negamos a lo que necesitamos cambiar. Somos burocráticos con nosotros mismos. Desaprovechamos el atractivo de los nuevos proyectos a partir de una supuesta falta de tiempo. Vemos esa carencia de tiempo en dos vías, la del tiempo con sus 24 horas y 7 días a la semana, y la nuestra, con el estigma que se acaba haciendo parte de nosotros respecto a que cuando somos adultos es demasiado tarde para aprender. Decimos que ya no estamos para eso. Que lo que no aprendimos en su momento ya no entrará en un cerebro atrofiado por la vejez prematura que a todos parece golpearnos una vez que superamos los treinta.
Un startup en cambio se permite fallar. No porque quiera, sino porque forma parte natural de su camino hacia la madurez y consolidación. Los fracasos de una u otra forma nos acercan a la solución de un problema. Los éxitos, en cambio, pueden llevarnos a ignorar todas aquellas áreas de oportunidad que tendrían que ser atendidas en su debido momento para no convertirse en problemas que amenacen nuestra existencia. El mindset cambia conforme maduran los proyectos. Al principio, el lema suele ser intentarlo todo. Ser valiente, atrevido, osado, un rebelde que se manifiesta contra el sistema. Conforme se consolidan, el mindset se convierte en ganarlo todo. Y ahí está la falla, porque esa mentalidad, que a simple vista no pudiera calificarse más que de ganadora, en realidad lleva a la cobardía, a no correr más riesgos que los que son avalados por la calculadora. Y entonces empieza la obsolescencia, la caída del modelo que hemos impuesto. Nunca la innovación parte de los parámetros desconocidos. Parte de lo que se sale del sistema.
Los verdaderos cambios requieren riesgos. Si no duele, no hay avance. Un startup aprende a existir en modo supervivencia. Hoy respira, pero no da por sentado que mañana lo hará. La necesidad lo hace sacar el mayor provecho del día. No pasar una junta que pudiera hacerse en unos minutos para la próxima semana. No contratar ochocientos escalones para tomar decisiones que requieren rapidez. No basar sus sensaciones y deseos en los números con potenciales ingresos. Un startup es como los humanos deberíamos ser. Concentrados en el aquí y el ahora, cazando oportunidades, reconocimiento emociones y aceptando que lo vamos a intentar todo, que seguiremos luchando aunque se crucen fallas en el camino y que mientras estemos en movimiento estaremos más cerca de alcanzar nuestro objetivo.
Reconoce tus necesidades. Si piensas que no las tienes, créalas. No importa la edad que tengas, decídete a no ser una corporación. Abre los ojos con curiosidad. Mira a los que te inspiran con respeto, no como competidores a los que quieres destrozar. Aprovecha el tiempo para aprender. Aprovecha tus fallas para seguir adelante. Lo que marca la diferencia no es tanto el talento de uno y otro sino la capacidad que tengamos de nunca dejar de intentarlo. Entre el fracaso y el éxito está el puente que separa a los que saltaron al vacío y los que no importa cómo, pero llegaron al otro lado.