Vive más, navega menos

Mauricio Cabrera
4 min readMay 3, 2019

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Hazlo sin pensar en los demás. Vive para ti. En el momento y en el lugar. Sin dedicar segundos a los otros. Sin exhibirte para otros. Sin detenerte para que otros vean el mejor ángulo de lo que tú estás viviendo. Vive y digiérelo, que las experiencias tendrían que ser solo tuyas. De nadie más. Para nadie más.

La creatividad es ya un commodity. O quizás siempre lo ha sido. Pero ahora las recompensas son demasiado evidentes como para dejarlas pasar. Por eso ahora todos ven una serie pensando en qué meme podría funcionar ante la escena que acaba de ocurrir, o viajan pensando en cómo mostrar que su vida no necesita grandes filtros para ser casi perfecta, o miran el debate presidencial esperando que un candidato se equivoque, agreda o haga el ridículo para lanzar el tuit que más respuestas genere. Somos comediantes por voluntad propia. Queremos aplausos aunque ni siquiera nos dediquemos a ello. Solo porque sí. Porque se siente bien. Porque es, pese a todo, más fácil la validación de terceros que la aceptación de uno mismo. Depositar en otros lo que no podemos conseguir por nosotros mismos. Mejor afuera que adentro.

Antes un mal chiste moría con el viento que se lo llevaba. Ahora el fracaso creativo queda como confirmación en nuestro timeline. Tan insoportable es que a veces lo borramos, o lo promocionamos, o le damos like con otros perfiles que tenemos. Todo sea para obtener un resultado, aunque sea maquillado, aunque sea falso y, lo peor, aunque sea estéril.

Las redes sociales instalaron gráficas de rendimiento en nuestra cabeza. Los datos y certezas aplicados a nuestro día a día con sus múltiples variables terminaron por complicarnos la vida. Desde que a nuestro existencia la enlazamos a un dashboard de Google Analytics, disfrutar quedó como la última prioridad en medio de la autoexigencia de resultados y de la comparación que hacemos con otros en ese mismo tablero de performance. Cuando la pasamos mal, no podemos con nuestras propias mediciones. Cuando la pasamos bien, nos deprimimos al compararnos con otros a los que les va aún mejor. Es un sistema condenado a la insatisfacción.

El voyeurismo se metió a zonas que antes pensábamos sagradas. Salvo por el baño, que en términos generales se mantiene libre de cámaras, micrófonos y teléfonos, el gimnasio se ha convertido en un estudio desde el que mostramos el movimiento de nuestras piernas, nalgas y brazos. Aunque no sea natural que estemos pensando en el mejor ángulo para situar nuestro smartphone. Aunque ahí deberíamos dedicarnos a sufrir y a disfrutar los beneficios de ese sufrimiento. Cuando celebramos un gol memorable, activamos el teléfono para que nos vean. Aunque no sea lógico hacerlo. Aunque nos exija convertir en artificial una emoción que tendría que fluir al instante y sin que en las prioridades se entienda que esté activar Instagram Stories. Incluso en los temblores, en medio del llanto, la preocupación y los recuerdos de lo que un día fue y un día podría volver a ser, activamos el teléfono como si fuera parte del protocolo de supervivencia. No falta mucho para que en los simulacros se incluyan indicaciones sobre cómo sostener el celular sin quedar expuesto ante posibles derrumbes.

Una paradoja futbolera explica los pesares de la sociedad. Nunca han sido queridos los técnicos que sacrifican la estética por el resultado. Se dice de ellos que son calculadores, conformistas, incluso mediocres. Que jugar tendría que significar diversión, no cálculo ni rigidez. Se les acusa de amargados. De ser burócratas del juego. Y coincido con quienes lo opinan. El problema es que hoy nosotros somos ese técnico que va siempre por el valor del resultado antes que por el goce del proceso. Si tiembla, no pensamos solo en sobrevivir, también en que nuestro video se haga viral. Si estamos en una fiesta, no pensamos solo en la pareja que tenemos enfrente ni en los amigos que están reunidos, sino en cómo compartir que nuestra vida tiene algo de envidiable. Si estamos viendo una serie, no solo queremos entrevernos, sino convertirnos en los que cuentan el mejor chiste y el mejor meme para personas que ni siquiera están junto a nosotros y a las que posiblemente ni siquiera conocemos.

Si ya antes gastábamos para aparentar, ahora también derrochamos tiempo para convencer. Nuestro activo más valioso al servicio de otros. Nuestra vida con los espectadores en rol protagónico. La dictadura del resultado ha vencido el sentimentalismo de la vida.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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