¿Y qué con las ideas?
Una idea es un genérico. Un concepto desechable hasta que decides hacer algo con él. Emprendedor no es el que tiene grandes ideas, sino el que se atreve a crear con las que sea que tenga. Las ideas son piezas sueltas, huérfanas. Sin padres, sin madres, sin hijos. Tan poco estables que pueden nacer y morir en la misma regadera. Eres tú quien debe darles forma, evitar que se eternicen como utopía para provocar que surjan como experiencia de vida. O eso o vivir pensando que la inspiración construye imperios, cuando en la realidad, en su aplicación más simple, no hace más que provocar que el apático se sienta aún peor por la frustración de ver pasar el tiempo esperando que llegue su momento. Momento, por cierto, que nunca llegará.
La inspiración no lleva al éxito. Es, en el mejor de los casos, el comienzo. Porque si un pensamiento cualquiera valiera para trascender, se podría concluir que cada mujer guapa que nos hemos topado en el camino ha tenido que ver con nosotros a partir de la idea que pasó por nuestra cabeza. Aplica lo mismo si vamos por la vida diciendo que somos goleadores sólo porque en nuestra mente dibujamos ese gol que hizo que nuestro equipo ganara de último minuto. El exceso de ideas te puede convertir en soñador sin sustancia, o para decirlo en palabras fáciles, en un mitómano con mucha convicción. En un fraude del que eres la víctima principal.
Si cabe la duda respecto a nuestra condición de unicidad, la certeza es el único resultado factible para las ideas. Lo importante no es ser el primero en tenerlas, sino el primero en ejecutarlas. Y si tampoco alcanzaste esa posición, entonces tendrás que ser el mejor en hacerlo, aunque con añadidos que hagan ver que has llegado a la mesa con algo más que una imitación de lo que ya existe. Pero esa competencia, que en un ideal tendría que estar impulsada por el amor propio a nivel creativo e intelectual, se ha visto mermada por la recompensa inmediata de Facebook al plagio. Ahí donde manda el alcance no gobierna la propiedad intelectual. Antes el dinero que el usuario invertía en comprar un periódico tardaba en cambiar de destinatario, ahora los likes y las interacciones en FB se mueven sin más racional que el impulso. Dado que nada le cuestan, el usuario va repartiendo caritas felices y enojadas sin reparar en que esos gestos y esos clics promueven una maquinaría de nuevos medios de comunicación sin escrúpulos, que no tienen más modelo editorial que el de perseguir el dinero fácil de programmatic y el de vender su alcance al mejor postor. La prostitución periodística en la era digital.
El exceso de personas e ideas ha incrementado la deslealtad. O cuando menos ha llevado a que se note más. En tiempos en que el emprendimiento se promueve como una de las muy contadas vías del éxito, cualquiera que forma parte de un startup crece pensando cómo hacerlo por él mismo. Que quede claro, que la gente se sienta capaz de hacer todo por sí misma es positivo. Más vale tener humanos convencidos que encadenados a un sistema sólo por desconfiar de sus propias capacidades. El problema viene cuando esas adaptaciones son en realidad fieles imitaciones de lo que ya se ha construido, porque entonces el nuevo competidor ni renueva la industria ni va a terminar haciendo un gran negocio, dado que ha llegado demasiado tarde a entender las necesidades del usuario. Ese tipo de emprendimientos destruye, como siempre pasa con la piratería.
La unicidad sólo se alcanza a partir del respeto a los específicos. Ilustradores hay muchos, pero ilustradores que son popularmente conocidos hay muchos menos. Y esos que son conocidos no necesariamente son los que tienen mayores habilidades técnicas, sino los que o empezaron una tendencia, o definieron un estilo, o trabajaron de manera reiterada mientras los demás se perdían en su capacidad para dibujar sin entender que al genérico había que fortalecerlo con particularidades. Los que se incubaron en el cerebro de la gente no trataron a sus dibujos como sólo eso. Les dieron un nombre, les generaron una identidad, los empaquetaron de forma distinta y lo distribuyeron con creatividad. Lo mismo pasa con la música. Muchos saben cantar, pero sólo unos cuantos logran salir del bar de Sanborns o de la explanada de Coyoacán para hacer que su trabajo deje un legado y se convierta en un verdadero negocio.
La transformación de un genérico en propiedad intelectual se asemeja al armado de un rompecabezas. Cada pieza representa algo. Se empieza por la idea, que puede ser cualquiera. Un newsletter, un podcast, una canción, un libro. Y se continúa con los específicos. El nombre que me hará único, el slogan que romperá con lo establecido, la identidad que muchos podrán querer robar pero nadie podrá imitar, la plataforma en que haré lo que otros nunca han hecho, el contenido que desafiará el status quo, y la escalabilidad, que representa visualizar oportunidades que no estarán desbloqueadas sino hasta que las bases estén bien cimentadas. Siete piezas, un resultado. La diferencia entre el que vive lamentándose, o robando, que es peor, y el que levanta proyectos que impactan al mundo.
Nota del autor:
Hace unos días impartí una conferencia en la UAM Xochimilco. Ahí fue la primera vez que estructuré esta presentación con las siete piezas que te pueden llevar a lograr algo con tus ideas. Tengan en cuenta que siempre será mejor tener una idea cobijada por estructura que caer en el vicio de sustituir la vieja por la nueva en un círculo vicioso que te llevará al derroche creativo más que a la realización intelectual.
Contador: 44 de 44. Esta semana estuvo muy cerca de caer. Demasiado trabajo, demasiadas juntas, demasiados enojos, demasiado futbol. Pero aquí estoy, cumpliendo con textos, celebrando que América venció a sus hijos y con ideas tan claras que ya he puesto las primeras piedras de lo que pronto serán.